miércoles, 20 de marzo de 2019

Vacío


El viento soplaba gélido aquella noche, mucho más que de costumbre. Mis piernas desnudas temblaban un poco, aunque algo en mi interior, secretamente, sospechaba que no era debido al frío.
Pequeños demonios disfrazados de niños corrían con vivacidad a mi alrededor riendo animosamente y llamando repetidas veces a las puertas de las casas del barrio pidiendo chucherías, creyéndose, sin ninguna duda, merecedores de ellas. 
Aquella noche podían pedir lo que quisieran. Sólo por esa noche estaban exentos de la mirada juzgadora de Santa Claus, quien usualmente dictaba si eran dignos de recibir las dulces golosinas, mas hoy no. 
Esta vez no podía vigilarles… Al menos no él.

Mis botas, usualmente pesadas, de pronto se sentían ligeras al caminar entre las calles. Los envoltorios de los caramelos crujían bajo mis pies logrando confundirse perfectamente con el sonido de las hojas secas que yacían yertas sobre el asfaltado suelo. 
En pocos minutos las risas de los niños quedaron atrás, como ecos difusos y perdidos en un horizonte desconocido. 
Me alejé del jolgorio. 
La tan señalada festividad parecía no haber existido nunca, mas aún había pequeños gestos que me recordaban en qué fecha estaba: El sonido de los candados cerrándose en las puertas de los más ancianos, aquellos que no olvidaban; El rápido cerrar de las cortinas tras las ventanas; La oscuridad y el silencio inundando las casas de los sabios…
El hombre del saco acecha esta noche y toda medida es poca para evitarlo.
Sentí un escalofrío recorrerme entera al pensar en aquella leyenda urbana encarnada en hombre. Canción de cuna tenebrosa cantada por las abuelas que se había convertido en realidad. Desde siempre, aquellas notas discordantes penetraron en mí tan poderosamente como lo haría un hechizo, encantándome por completo desde mi más tierna infancia. 
Tanto era así que, en este día, mi lengua solo podía pronunciar una y otra vez, incansable, su nombre:
“Michael”

Pequeñas gotas de agua comenzaron a caer entonces desde el cielo. La incipiente y suave llovizna me animaba a caminar de forma más apresurada.
Mis ojos danzaban con mayor atención, nerviosos, por la desértica calle, posándose sobre objetos en los que, hasta ese momento, no habían reparado: El buzón rojo y brillante de los Milton, siempre con la banderita bajada; El carrillón de viento de la casa de al lado sonando dulcemente y sin descanso, imitando la voz de un hada; La solitaria farola al final de la calzada cuya bombilla titilaba constantemente…
Me acerqué a ella y apoyé mi espalda sobre su frío cuerpo de metal, intentando recobrar el aliento. 
Seguidamente, mis manos volaron hacia mi rostro, despejando cualquier rastro de lluvia que quedara sobre mis pestañas y que pudiera impedirme ver con claridad. 
Alcé mis ojos hacia la palpitante luz, observando cómo una polilla despistada buscaba refugio en el lugar menos indicado. 
Fulminante como un rayo, el pequeño animal cayó lentamente hasta posarse sobre mi hombro izquierdo. La visión de sus níveas alas contra el cuero negro de mi chaqueta se me asemejaron a un copo de nieve disperso en el tiempo… 
Mis pupilas se dilataron al ver cómo una de las patas del insecto se movía desesperadamente, intentando aferrarse a la vida, mas no lo logró. 
A los pocos segundos toda ella se detuvo. 
Su cuerpo se transformó en mármol sobre mí.

Cómo había deseado en aquel momento ser aquella criatura… 
La envidiaba de tal manera que tintes de rabia bañaron mis orbes en oscuridad.
¿Por qué aquel minúsculo e insignificante ser sin alma había experimentado la más intensa de las emociones, el terror, y, en cambio, yo no? 
¿Por qué ella se había sentido viva, aunque solo hubiera sido por unas milésimas de segundo, y yo no? 
¿Por qué nada en este mundo lograba hacer a mi corazón latir de verdad?
La monotonía de una vida que yo no había pedido vivir me devoraba sin compasión…
Con desprecio, aparté al insecto de mi hombro, dándole un manotazo tan poderoso que el animalillo acabó cayendo sobre un charco que se había formado a tan solo un par de pasos de donde me encontraba yo. 
Me quedé absorta mirando como se hundía lentamente en el agua negra…
Algo extraño sucedió.
Aunque la albina polilla había desaparecido del todo en aquel charco, aún mis ojos eran capaces de vislumbrar tenues destellos pálidos sobre el agua. Como si fuera una ilusión, una fantasía, creí ver la máscara del hombre del saco reflejándose ante mí…
Un fulgor blanquecino y casi fantasmal brillaba con fuerza, rompiendo en aquella sombría noche. Mi alma hambrienta aulló silenciosa dentro de mi pecho al ver aquella peculiar Luna de plástico, artificial.
Una parte de mí quiso lanzarse hacia ese charco, pero aún no era el momento adecuado…
Corrí.
Corrí hasta que mis pulmones no lo soportaron más, hasta que los huesos de mis piernas amenazaron con quebrarse si daba un solo paso más… Hasta que mis manos se toparon contra un pétreo muro compuesto por duros ladrillos infranqueables.
Un callejón sin salida.
Permanecí quieta, observando como en un trance, aquella pared que se alzaba gloriosa ante mí. 
A pesar de permanecer inmóvil, mis oídos captaron el sonido de pasos acercándose hacia mí, como si fueran el eco de mi yo pasado, solo que, desde luego, no era yo… 
De pronto, el respirar ajeno acarició mi cuello, haciendo que los cabellos de la nuca se me erizaran. 
Los latidos de mi corazón resonaban intensamente dentro de mis costillas, en mis oídos, como si un tambor estuviera entonando la melodía del Deseo…
No queriendo hacer esperar más a Destino, me giré.

Frío. 
Eso fue lo primero que sentí al notar el abrazo de aquel maravilloso hombre sobre mi cuello. Sus manos eran álgidas como el hielo pero, lejos de ser desagradable, más bien me reconfortó, pues el calor que emanaba mi cuerpo me hacía arder como el mismísimo Infierno. 
El Infierno… sin duda alguna ese sería al lugar al que iría tras aquella noche, pues el hecho de experimentar el mayor de los placeres al sentir las manos del asesino sobre mí era algo cuanto menos pecaminoso, excitante, prohibido…
Él se apretó un poco más contra mí, me alzó hasta que mis pies dejaron de tocar el suelo, provocando que mi boca se abriera como una flor en un vano intento por recuperar el aire. 
Mi corazón pulsionaba descontrolado como el trote de un caballo salvaje y desbocado. Tan fuerte era el temblor que estaba experimentando, que mis piernas hubieran cedido, y yo me hubiera precipitado hacia el suelo, si aquel mortífero ángel no me estuviera sujetando…
Instintivamente, clavé mis uñas contra sus brazos de forma violenta, haciendo que de las pequeñas heridas corrieran estrechos ríos rojos. 
Su sangre se coló entre mis uñas, vinculándonos, y firmamos un silencioso pacto de muerte. 

Tras algunos segundos, sentí cómo la conciencia me abandonaba lentamente, eché los ojos hacia atrás, dejándolos en blanco, los oídos me pitaban, el corazón batía con su último aliento, mi sexo palpitaba a punto de alcanzar el más dulce de los orgasmos cuando, de pronto…
Bang! Bang! Bang!

Michael cayó abatido al suelo.
Sí, Michael, esta vez solo Michael, no el hombre del saco, no la leyenda urbana… 
Solo Michael…
Grité. 
Grité como nunca antes había gritado, y de mis ojos fluyeron ríos tristes. 
Me aferré a su cuerpo absolutamente desesperada mientras los policías se acercaban a mí. 
La hermosa palidez de su rostro se teñía ahora del vil halo rojo y azul refulgientes de las sirenas de los coches… 
Un hombre uniformado me apartó indiscriminadamente de él, haciendo caso omiso a mis súplicas ininteligibles y a mi desconsolado llanto.
El policía repetía “Ya está, todo ha pasado ya, tranquila, todo está bien, todo está bien…”
Pero nada estaba bien.
Nada.
Porque el hombre que amaba yacía en el suelo
y mi corazón se sentía vacío, una vez más.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Siendo

Siendo.
Y sólo siendo la copia de ¿quién?
Escuchando las voces válidas a mi alrededor,
mas mi boca sellada.
Viendo los colores latiendo en corazones de papel,
mas mis dedos limpios, sin una mancha de pintura.

Siendo así mejor no ser.
Me hiere la nada.
Ojalá ser de verdad.

martes, 20 de marzo de 2018

Clima

Si el tiempo me hubiera dejado amarte

—amarnos—...

Qué alma tan egoísta la mía, siempre queriendo

—y tú siempre querido—

controlar el clima.

Pablo

Qué triste es buscarse en un libro y no encontrarse.

Más triste es aún encontrar al viejo amor de tu amor entre sus páginas, y saber que aún su corazón late por esa persona.

Tiemblo al leer nombres femeninos. La sonrisa se me nubla al no encontrar el mío.

Qué pena que no hayas sido tú el que me regalara el libro, como hiciste la última vez.
El llanto se me dispara al saber que aquella vez fuera, probablemente, la última.

Halcón

A veces se me olvida que ya no estás conmigo.

Sobretodo cuando a la mente me vienen las ganas de ir al bosque, de ir a buscar setas, de ir a escuchar aullar a los lobos...

A veces se me olvida que ahora formas parte del viento que acaricia las hojas de los árboles.

Ojalá ahora seas un halcón, como siempre quisiste.
Cuando era pequeña y vivía en mi anterior casa, me encantaba ir a la cocina a por un vaso de agua.

Sobretodo los días nublados y en los que hacía mucho frío...
¿Por qué?

Porque podía oír aullar a los lobos.

Cuando escuchaba aquella mágica melodía me quedaba embobada mirando por el enorme ventanal que daba a la terraza y me quedaba muy callada, muy atenta...

_ ¡Mamá, he oído a los lobos!
_ No son lobos, es el ruido que hace el viento cuando choca contra los edificios.

Odiaba esa frase.

Recuerdo que fruncía mis pequeñas cejas y en mi interior negaba.
¿Cómo iba a hacer ese sonido el aíre chocando contra algo tan inerte como podía ser mi bloque de edificios?
No, imposible.

Esto tenía que ser magia.

Estos tenían que ser lobos. O los espíritus de los lobos.
Si sus aullidos se escuchaban tan fuertes sin estar el bosque demasiado cerca, tenían que ser los espíritus de los lobos que ahora vagaban libremente por la tierra, el mar y el cielo.

Cuando fui un poco mayor para entender que mi madre llevaba razón, sentí morir dentro de mí un pedacito de mi corazón. Y es que, ¿a caso no era más hermoso pensar que los lobos me venían a aullar, incluso aunque me asustaran un poco?

Luché por un tiempo, cual Peter Pan, contra la idea de que la magia no pudiera existir, pero mi raciocinio ganó y dejé las fantasías para los libros y las películas.
Dejé la fantasía para los sueños.
Me convertí en escritora.

Hasta hace poco me conformaba con eso.

Hace un par de semanas caminaba hacia mi facultad mientras miraba al cielo.
Cuando estoy estresada siempre miro al cielo y noto como mi alma se calma al instante, aunque solo sea un poco. Miro la inmensidad azul y sé que no todo en este mundo es gris.

Al ser otoño, me fijé en que las hojas de unos de los muchos árboles se empezaban a caer a tremendas velocidades y no pude evitar pensar:

"A mí en otoño también se me cae el pelo más que de costumbre"

Y me sentí conectada con ese árbol, con la tierra,
mi corazón se agitó por momentos y fui inmensamente feliz.

Aquello no podía ser casualidad, como tampoco puede serlo el hecho de que sangre cada mes y que la Luna me acompañe y cambie junto a mi ciclo.

Tampoco puede ser casualidad que me emocione y llore sin saber muy bien porqué cuando escucho canciones con acordes que evocan al pasado, o simplemente que recuerdan al verde y la humedad de la tierra, o al agua, o al fuego...

Nadie va a estar tan loco como para leer esta parrafada. Es más, cuando lleguen a la tercera o cuarta línea seguramente pensarán que la loca soy yo.

Pero yo sé, en el fondo de mi corazón sé que la magia existe, sí, afortunadamente, existe. Y yo voy a disfrutar de ella.